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sábado, 30 de enero de 2016

Letras privadas, solitarias, crudas, líquidas...

Hoy temprano, mientras escribía en el café, recordé algo curioso y común en mi vida de estudiante: como odiaba que cualquier persona, sea el profesor, un compañero de clases o un asistente, se detuviera a mi costado a leer como iba llenando un examen. Sentía que hurgaban en mi piel, cual voyeur, el que vive frente a tu ventana, viendo a través de las rendijas de tu cortina mecida por el viento, no importa mucho lo que logre ver. La imaginación es poderosa y lo prohibido, estimulante.
Sentía que se metían en mi mente, pues el pensamiento precede en segundos a las letras recién escritas. 


Es muy distinto mostrar el resultado final. Tus pensamientos están editados, y están protegidos por el velo del tiempo, y del espacio. Lo más probable es que cuando revisen lo que escribiste tú no estés ahí. Me provocaba espantarlos a todos como a moscas en la comida. 

Sentada en una mesa solitaria, no puedo evitar que la gente pase a mi lado. Algunos miran curiosos, tal vez sorprendidos de ver lápiz y papel, tal vez quieren ver lo que escribo, tal vez me miran a mí. Preferiría que me miren a mí. Mi exterior, no más allá.  Me recuesto sobre el cuaderno cual Gollum sobre su anillo, cual fiera sobre su presa. Veo pasar cerca a mí a un grupo de amigas, probablemente recién universitarias, todas escribiendo en sus smartphones. Una de ellas mira mi mesa, y prosigue con su actividad. Me provocó criticarlas aquí, pero yo a veces soy ellas.

Extraño, yo escribiendo en un cuaderno de hojas de papel, inventado siglos atrás, sintiéndome estúpida e inútilmente superior. Demasiada cafeína hace delirar.


L.