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miércoles, 23 de febrero de 2011

De cuando en cuando


De cuando en cuando, los hombrecillos negros salen de la dermis a la epidermis, a hacer su faena.
Salen así, sin dar aviso, siempre serenos y muy ordenados, uno detrás del otro. Salen, del mundo Yo, a mi mundo.
Nunca supe exactamente a donde iban. Al inicio, no les hablaba, bla. No les entendía con palabras, ellos tampoco a mí. Simplemente vivíamos juntos, en armonía. Yo les cantaba, si estaba de humor. Ellos no cambiaban de actitud, al parecer no reaccionaban a mi canto. Sin embargo, sabía que les fascinaba.
Ellos siempre traían cosas;
A veces, traían flores
Otras veces, traían espejitos, parecían multiplicarse
Traían tierra y semillas
Otros días, me traían burbujas.
Pero me encantaba, especialmente, cuando venían con gotas de lluvia. Es refrescante en verano. Y te alegran los días de invierno.

Salían, otras veces, solo a la epidermis, a tomar baños de sol. Es bueno tomar sol, por la vitamina d. Fue lo primero que me dijeron desde que supe de su existencia. (Recuerdo el día, era muy chica, apenas empezaba a descubrir el amor y el dolor. Entonces pensé que eran pulgas, casi aplasto a un par de ellos. Gracias a mi curiosidad infantil, me acerqué más y más, y logré ver a los 2 pobres, temblando de miedo, con los ojos enormes y negros. Les di los buenos días y les pedí disculpas.)

Cuando traían pedacitos de sol, lo hacían rapidito, con pasititos chiquititos Siempre que podía, entonces, me metía a la ducha a refrescarlos un poco. Pobres.
En una época, llegaban con estupas de burbun. Raros de encontrar en la ciudad.
De cuando en cuando, se las ingeniaban para traerme pedacitos de estrellas, de color

*azul*
*Amarillo*
*rojo*
*verde*

y un color entre cereza y pistacho que nunca llegue a descifrar. Todo se iluminaba alrededor.

Pese a todo, los hombrecillos están orgullosos de su labor. Sí que lo están.
Pero por épocas, les toca la dura tarea de recoger piedras, mucho más grandes que ellos. Me da muchísima pena verlos trabajar así, la vida no es justa, les digo. Ellos son sabios, no es necesario que se los diga. Pero lo que más me conmueve es el dolor que sienten ellos al saber lo que pasará cuando todos se entierren nuevamente, con piedra y todo, dentro de la epidermis, y de la dermis, y el músculo, y hasta a veces el corazón.